Del derecho a la igualdad a la igualdad del derecho

Por: Shikry Gama

E S CIERTO QUE TODO SER humano tiene derecho a la igualdad, pero no es cierto que todos los humanos tenemos la igualdad de los derechos.

La Declaración de los Derechos Universales del Hombre

«Todos Los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros» … y … «La ley debe ser la misma para todos sea que proteja, sea que castigue, siendo todos los ciudadanos iguales a sus ojos, son igualmente admisibles a todas las dignidades, puestos y empleos públicos, según su capacidad y sin otra distinción que la de sus virtudes y talentos.» …

Es evidente que la Declaración de los Derechos Universales del Hombre se concreta al contexto político de las relaciones y derechos del ciudadano ante la ley, ante el Estado y su participación en las actividades públicas, sea como funcionario o como empleado, pero estos derechos no preestablecen su impero en aquellas actividades privadas que como individuo el ser humano ejercita en sus diversas actividades personales distintas a las que le corresponden como ciudadano. En este otro contexto el derecho de igualdad de consideraciones dependerá exclusivamente de su capacidad de sus virtudes y de sus talentos.

Los Derechos Universales del Hombre, es una declaración política que posee gran concisión y concreción de los derechos, pero carece de la claridad indispensable para ser entendida con simplicidad por los profanos de la jurisprudencia; y esta ambigüedad de su contexto ocasionó las más acomodaticias interpretaciones del derecho a la igualdad de todos los contextos de la vida humana, generando los conflictos socioeconómicos que hoy agobian a la humanidad.

La obsesión por la igualdad obnubilo la inteligencia de aquellos magníficos libertadores de la opresión y la explotación del ser humano. Y en su porfía por consagrar la legitimidad de las atribuciones del ser humano ante los Estados Gobernantes, instituyeron sus «derechos» como privilegios sin acordarse de los «deberes» correspondientes.

Las leyes de la «causalidad» y de las «correspondencias» nos demuestran que no puede darse en la naturaleza alguna consecuencia sin que previamente no se hubiera producido un hecho causal. Y nuestro actuar humano no se excluye de las leyes naturales. No pueden darse los derechos si no es como consecuencia del cumplimiento de nuestros deberes. El cumplimiento de nuestros deberes dignifica nuestras virtudes y talentos y genera espontáneamente la existencia de nuestros derechos. Los Derechos son Hijos del Deber Cumplido.

El derecho a la igualdad, a que las leyes sean las mismas para todos, sea que proteja o que castigue, siendo todos los «ciudadanos» iguales a sus ojos e igualmente admisibles a todas las dignidades (entiéndase como ser elegido y nombrado en los cargos de mando) puestos y empleos públicos, según sus capacidades y sin otra distinción que la de sus virtudes y talentos, es una realidad que ningún ser humano en su sano juicio puede poner en duda; pero, ese derecho a la igualdad de posibilidades ante la ley no nos dio jamás la «igualdad de los derechos», pues implícitamente depende de nuestras capacidades, de nuestras virtudes y de nuestros talentos. Capacidades, virtudes y talentos que son los que diferenciarán a unos humanos con respecto a aquellos otros que carecen de las mismas capacidades (que son negligentes, irresponsables, delincuentes y que no cumplen con la ley ni el orden) que carecen de virtudes y talentos. Efectivamente, el contexto de todo lo que implica las capacidades virtudes y talentos, determinará la desigualdad de los derechos.

Ningún ser humano tiene las mismas capacidades,
virtudes y talentos de sus semejantes.

– Cada individuo es único en sus caracteres. Piensa, se expresa y actúa de manera diferente a los demás.
– Cada individuo es único en sus caracteres. Piensa, se expresa y actúa de manera diferente a los demás.
– Sus capacidades dependen del grado de instrucción que recibió, de los recursos económicos que posee.
– Sus virtudes dependen de la educación ética y moral en que lo formaron.
– Sus talentos solo se podrán apreciar en la creatividad eficiencia y perfección de sus obras y de sus actos.

Del entendimiento de estas realidades, comprenderemos que nos diferenciamos unos de otros, precisamente, por nuestras capacidades, virtudes y talentos.

No somos iguales, nunca fueron ni nunca serán iguales nuestros derechos, por eso nunca tendremos igualdad de derechos; sin que esto suponga o niegue nuestro inalienable derecho a la igualdad , ante la ley, ante el Estado y los poderes públicos, ante las posibilidades de trabajo, de evolución socio-económica y de nuestras aspiraciones espirituales.

En lo religioso, ante Lo Dios sucede lo mismo: Tenemos el derecho a la igualdad de la justicia Divina, pero jamás tendremos igualdad de derechos, porque mientras los malos se empeñen en hacer daño a los buenos, ellos mismo con su protervia estará diferenciándose y rechazando la posibilidad de ser considerados como iguales.

El olvido y la inexplicable exclusión del código de los deberes en la Declaración de los Derechos Universales del Hombre ha sido un lamentable error que la humanidad está pagando cruelmente. Este error ha propiciado el desborde de las pasiones vindicativas de los menos favorecidos, de los obnubilados y ofuscados que en nombre de los Derechos Humanos agreden con violencia, con terrorismo, con secuestros y con asesinatos, que cruel e impunemente atentan contra todos aquellos que respetan la ley, sin que esta ley, tan consagrada en los Derechos del Hombre pueda hoy garantizar ni la protección de los buenos ni el castigo de los malos.

Corresponde a los juristas, dirigentes políticos y religiosos del mundo reflexionar sobre las catastróficas consecuencias que ha ocasionado la irresponsable y mal intencionada interpretación y divulgación que se ha hecho del derecho a la igualdad confundiéndola con la igualdad del derecho.

Es tiempo ya de terminar con los sofismas y demagogias pasioales que pretendieron hacer de la envidia y la venganza un supuesto derecho para apropiarse de los bienes físicos y espirituales del prójimo.

Es tiempo de defender las capacidades, las virtudes y los talentos en vez de las ineptitudes, vicios y maldades.

Es tiempo de aspirar para los nuestros las grandezas del alma y no sus bajezas, el progreso justo para quienes por sus capacidades y méritos crecen en bienes físicos y no proteger y respaldar el odio y la destructividad de quienes solo saben actuar como virus canceroso que se solazan con la sevicia y malignidad.

Es tiempo de hacernos grandes y no despreciables.

Es tiempo de sembrar buena cimiente y no cicutas, porque nadie se librará de sus maléficas consecuencias.