Igualdad, discriminación y diversidad

Por: Dr. Ramiro Rivadeneira Silva
Asesor del Tribunal Constitucional

H E CONSIDERADO QUE UNO DE LOS GAVES PROBLEMAS en nuestra sociedad es no saber reconocer la existencia del otro. Bien sea que la actuación del ser humano se ejerza con conciencia o inconciencia solemos encerrarnos en nuestros intereses, grandes o pequeños, y olvidarnos, en ocasiones, que existe otra persona cuyos derechos debemos respetar, y en otras les pasamos por encima arrolladoramente sin considerar siquiera la gravedad del asunto. Mencionar ejemplos cotidianos sería interminable, pero para enfatizar en algunos pensemos en nuestra conducta al momento de conducir un vehículo frente a los peatones, al querer evitar la fila frente a quienes la realizan, al fumar en espacios públicos cerrados, al «palanquearnos» un favor por cualquier motivo, al declarar menos ingresos de lo que realmente percibimos, al corromper y ser corrompidos, etc., etc. En todos estos casos de alguna manera afectamos a otras personas, aunque no las conozcamos. Sus derechos pasan a situarse en un punto muerto, y el respeto, tan añorado, nuevamente en el olvido.

La discriminación

La situación, socialmente hablando, toma características graves cuando el desconocimiento del otro se traduce categóricamente en discriminación, es decir, cuando de cualquier modo se desconoce la igualdad de las personas plasmada en la diversidad que comporta el género humano; y, en el Ecuador esta situación es parte de nuestro contexto, pues cualquier análisis objetivo nos lleva a la conclusión que aún vivimos en una sociedad que excluye al que no es igual, bien sea por motivos de género, etnia, edad, pensamiento, creencias, etc. Citar ejemplos que solemos vivirlos quizás no llame la atención porque la costumbre es mala consejera al momento de pensar si nuestra actuación o la del otro son correctas. Decir, por ejemplo, que las labores domésticas son para mujeres y la vida pública para hombres en gran parte de ecuatorianos no genera reacción, igual ocurre cuando insultamos o escuchamos insultar con términos como indio o negro, cuando hablamos a la niñez o a la juventud con una postura superior por la extraña creencia que su capacidad no ha igualado a la nuestra, cuando las personas de derecha menosprecian a las de izquierda o viceversa, cuando aquellos que profesan una religión ridiculizan a aquellos que profesan otra.
Sin embargo, ¿qué pensaría usted si de la noche a la mañana se encuentra con situaciones que las consideraba superadas?, imagínese ejemplos atípicos, así como una universidad que en sus aulas acepte solamente hombres o una que exija a sus estudiantes indígenas a usar pelo corto, jubilados a los que se les ha prohibido cobrar su pensión por ser negros, imposibilidad de que personas sin un cierto nivel económico comprobado participen en cargos públicos, persecución política por pertenecer a la religión católica o por ser marxista, ¿los considera discriminatorios?, ¿reaccionaría inmediatamente ante estas situaciones por su carácter discriminatorio?. Las personas no solemos ver las situaciones discriminatorias de las que formamos parte cada día sino hasta que estas son socialmente superadas, y este hecho repercute de manera muy grave en el desarrollo armónico social.

Discriminar es dar un trato diferenciado a una persona o grupo (no necesariamente minoritario) en razón de sus características específicas, y que tal trato diferenciado tenga por fin limitar o anular el reconocimiento y goce de sus derechos humanos en cualquier ámbito de su vida . Discriminar es pues atentar violentamente al derecho a la igualdad, pero una igualdad comprendida no solamente en el aspecto jurídico sino básicamente en el aspecto social. La igualdad, socialmente comprendida, tiene como principio aceptar la diversidad.

La igualdad ante la Ley

El numeral 3 del Art. 23 de la Constitución Política del Estado reconoce como derecho fundamental a «la igualdad ante la ley». En el entendido de que esta norma fuera única respecto a la igualdad de las personas, tendría grandes limitantes en la vida diaria de ellas, especialmente de algunos grupos que por sus características especiales requieren de un tratamiento diferenciado (no discriminatorio) para nivelar sus oportunidades frente a otras personas, pues de no ocurrir así, el trato que se brindaría al grupo de características especiales sería discriminatorio aunque se manifieste que todos somos iguales ante la ley. Para aclarar reflexionemos en varias situaciones sencillas: ¿considera usted que una mujer embarazada o con hijos tiene las mismas oportunidades de obtener trabajo que un hombre soltero?, qué decir de profesionales jóvenes frente a quienes se encuentran en la tercera edad, de personas con alguna disfunción física frente a quienes no tienen ninguna, o de personas homosexuales frente a personas heterosexuales ¿Cree usted que en los casos propuestos, aunque se trate de personas que tienen la misma capacidad y sean considerados iguales ante la ley, gozan de las mismas oportunidades?

La igualdad es pues, dar un trato igual a quienes son iguales y un trato positivamente diferente a quienes son diferentes. La verdadera igualdad nace de fijarse en las diferencias, pero con el ánimo de alcanzar un fin positivo, pues la igualdad es universal en nuestra condición de seres humanos, pero individual en nuestra condición de diversos.

En las sociedades como la ecuatoriana existe mucha diversidad humana, de ahí la necesidad de que si queremos poner en práctica la igualdad reconocida como derecho, debemos aplicarla en función de la diversidad. Lamentablemente, la diversidad ha sido entendida como sinónimo de exclusión. Separamos a quienes son diferentes (diversos) pues somos inclusivos solamente con quienes son nuestros iguales, perdiéndonos a cada instante la oportunidad histórica de fomentar una sociedad democrática y unida rica en cultura y concepciones diversas a las nuestras, pues darle una genuina dirección al concepto, aplicándolo en nuestra vida práctica no disminuye, por el contrario, enriquece.

¿Por qué nuestra sociedad es excluyente con quienes son diferentes o diversos?

Considero que la respuesta la encontramos en el proceso de desarrollo histórico, en el cual, el poder hegemónico ha dado las pautas a seguir para formar un «modelo» de desarrollo, modelo que ha jerarquizado los comportamientos otorgando a cada uno de sus titulares un rol social que cumplir. Este modelo nacido de la necesidad de tomar y mantener el poder, y que bajo ningún concepto se lo puede equiparar con un proyecto nacional, como en su momento ha ocurrido con el clero, la milicia, la oligarquía, entre otros, se ha encargado de generar un sistema de convivencia humana que proteja sus propios intereses, y para ello fue necesario la explotación antes que el desarrollo, la decisión privativa antes que la participación popular, la exclusión antes que la inclusión.
Este sistema que sin duda ha cambiado y que sigue cambiando, de todas formas, nos ha paralizado en cierto estándar de comportamiento de forma tal que muchas de las situaciones que en otras culturas resultan ahora inconcebibles siguen rigiendo nuestra convivencia, y para mal nuestro, frente a ellas no hemos sabido asumir una actitud crítica, sino por el contrario, muy cómoda al momento de acoplarlas a nuestras vidas. Es pues necesario que las personas cuestionemos, con una visión futurista, ciertos comportamientos sociales que resultan discriminatorios.

Lamento estimado lector si el presente artículo no abarca los aspectos jurídicos que se espera de una página judicial, pues bien se podría hacer mención y análisis de varias normas constitucionales y legales, e inclusive del ordenamiento internacional de los derechos humanos como la Convención Americana de los Derechos y Deberes del Hombre, el Pacto de Derechos Civiles y Políticos o tantos otros que abordan el tema de la igualdad, pero es que la conclusión es sencilla: la igualdad es un derecho que no se lo impone por decreto, bien puede ser reconocido como tal, pero su verdadera existencia debe nacer de una actuación social de respeto y solidaridad, debe venir de la conciencia, la conciencia de la existencia del otro.