Por: Lic. Osvaldo AgustÃn Marcón
Ex-Presidente Colegio Profesional
de trabajadores Siociales de la Provincia De Santa Fe – Argentina
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L AS IMAGENES MUEVEN EMOCIONES , niños panzones, esqueléticos, hambreados, cuasi-cadavéricos, violados en cuanto sujetos de Derechos. La desnutrición infantil es uno de los peores productos humanos, ¿alguien lo duda? Pero es necesario trascender las evidencias.
Se repite que la desnutrición grave en la niñez deja secuelas irreversibles. Rigurosas investigaciones lo confirman. Le siguen sombrÃas proyecciones: generaciones de adultos reducidos en sus capacidades, sujetos raquitizados, ciudadanos precarizados, un paÃs descapitalizado.
Cuando aparecen los casos, la escena pública es copada por entrevistas mayoritariamente hechas a especialistas del campo biológico (neurólogos, pediatras, etcétera). El orden de lo somático tiende a hegemonizar el discurso. La intensidad y frecuencia con que estas miradas circulan imponen una idea sobre el asunto. Desde posiciones profesionales idóneas, sinceras y comprometidas, se multiplican datos. La angustia pública aumenta cuando se advierte que ante la insuficiencia alimentaria es el potencial de desarrollo humano lo que se aborta en el niño. Pero asà instituido el problema escamotea una parte fundamental. Tratemos de verla.
Es cierto que la opinión cientÃfica biológica es altamente consistente.
Pero no obstante y gracias al avance de otras disciplinas (por ejemplo: la estimulación temprana) se sabe con idéntica consistencia que lo que se pierde durante el desarrollo no se recupera. Y aquà el concepto «desarrollo» (Coriat-Jerusalinsky) incluye pero excede ampliamente lo meramente corporal. Si bien se pueden lograr algunos sustitutos o formas de equilibrar el faltante, lo perdido nunca se recupera. Por maravillosos que sean los logros ulteriores nunca igualarán a los que hubiesen sido posibles sin la pérdida.
Pero la pérdida no se reduce a la derivada de insuficiencia alimentaria pues varios elementos concurren para que un niño logre las competencias adecuadas según su edad. Una gran cantidad de ellos puede reunirse bajo la noción de estÃmulo: una caricia, una computadora o un perro pueden serlo si aparecen en el momento adecuado según las necesidades evolutivas que dependen del contexto, edad, etcétera. La pobreza o ausencia de estÃmulos provocan la pérdida del potencial de «desarrollo». Sin exageraciones: el resultado es idéntico al de la desnutrición: sujetos disminuidos en sus posibilidades.
Investigación
«En Estados Unidos, en la Universidad de Wisconsin, se realizó una investigación con dos grupos de recién nacidos, hijos de madres débiles mentales de raza negra. Uno de los grupos permaneció con su madre. La otra mitad fue confiada durante el dÃa a educadores que realizaron estimulación apropiada y durante la noche los bebés eran devueltos a la familia; al mismo tiempo, estas madres recibieron formación pedagógica. Los niños de este grupo especialmente estimulado alcanzaron un cociente intelectual superior. Esto pudo lograrse no sólo por la estimulación a los niños, sino porque sus madres fueron atendidas especialmente, lejos de sus condiciones carenciales de vida: las aliviaban durante el dÃa del cuidado de sus bebés; las instruÃan, las protegÃan de su ambiente de miseria, estaban correctamente alojadas y durante la noche se hallaban deseosas de escuchar y de hablar a sus bebés.Esta experiencia confirma que los factores socioculturales y económicos son más decisivos que la calidad de los cromosomas» (1). En esta experiencia, el trabajo consistió en ampliar cantidad y calidad de los estÃmulos.
Los estÃmulos tienden a aumentar o escasear en cantidad y calidad según aumente el nivel de inclusión o exclusión social. Tenemos entonces que los niños pobres vienen siendo disminuidos en sus posibilidades de desarrollo desde hace muchos años y no, mágicamente, en esta especie de «aquà y ahora» alimentario nacional. Que el árbol no tape el bosque: la desnutrición aborta el desarrollo pero la exclusión social, aún sin desnutrición, aborta el desarrollo de un modo más sostenido y generalizado a través de años, individual y colectivamente. Ejemplo: en la Argentina, Santiago del Estero exhibe equilibrio fiscal, no ha emitido bonos y sus Ãndices de desocupación y desnutrición están muy por debajo del promedio nacional ¿la transforma en una provincia modelo de desarrollo, de justicia, de ciudadanÃa crÃtica?
A causa de la desnutrición, muchos niños mueren fÃsicamente, la mayor cantidad de veces por complicaciones derivadas. A causa de la exclusión social mueren muchos más, también por complicaciones derivadas: servicios de salud deficientes, violencia, labores insalubres, abortos clandestinos, etcétera. Pero cuidado: este modo de acumular riquezas de unos en detrimento de la mayorÃa puede reciclarse a sà mismo pues ya lo ha hecho muchas veces. Aun sin modificar las relaciones de poder, puede reducir el hambre hasta lÃmites tolerables.
El biologismo implÃcito en este modo de evaluar el dilema de la distribución de las riquezas, reduciendo la pobreza al problema del hambre y el hambre a la categorÃa de la desnutrición no es casual. No por casualidad legitima desde las polÃticas reales el «dar comida» borroneando el «dar inclusión social».
La exclusión social viene hipotecando el futuro de millones de personas desde hace décadas de un modo tan determinante como hoy vemos lo hace la desnutrición. ¿Por qué espantarse entonces con «este» empobrecimiento evolutivo? Mucho antes hemos comenzado a construirlos. La realidad de grandes regiones nacionales asà lo prueban. Pareciera que seguimos confundiendo una parte del problema (la desnutrición) con toda la verdad (la exclusión). Si tal confusión es cierta, cuando los hambrientos ya no sean noticia, y aún cuando ya sean suficientemente pocos, por debajo, y como lo hicimos durante muchos años, continuaremos produciendo ejércitos de seres humanos precarizados. Allà está, a la vista de todos, el hambre más urgente. He ahà también la hambruna más importante.
(1) Müller, Marina y otros: «Manual para la Estimulación Temprana». Buenos Aires, Bonum, 1991.