DISCONTINUIDAD DEMOCRÁTICA EN AMÉRICA LATINA
La consolidación de los partidos políticos
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Por: Dr. Juan de Dios Parra

L A TENDENCIA A MANTENER esta forma organizativa, incluso luego de los procesos de ampliación ciudadana en otros ámbitos, es un factor que dificulta la legitimación de los partidos.

Las características de las elecciones en América Latina-muchas de ellas no competitivas o semi-competitivas- han influido sobre los partidos políticos. En vez de ser expresión de fuerzas sociales o ideologías mayoristas, han tendido a convertirse en instrumentos diseñados para la mantención en el poder de minorías no democráticas.

Asimismo, grandes partidos políticos latinoamericanos han sido proscritos o vetados para el ejercicio del poder. Al impedírseles orientarse hacia el gobierno, se han fortalecido tendencias al populismo o la super oferta política.

En muchos países de América Latina, la incorporación de las mayorías nacionales ha sido realizada mediante movilizaciones políticas impulsadas por agentes distintos de los partidos (militares, sindicatos, caudillos). Ello robustece tendencias corporativas que hasta el día de hoy disputan a los partidos políticos la tarea de mediación entre la sociedad y el Estado.

Por otra parte, la necesidad de estabilizar sistemas políticos que habían experimentado niveles de violencia significativos, propició acuerdos que evitaron el quiebre democrático. Sin embargo, se pagó un alto precio desde el ángulo de la representatividad del sistema de partidos, éstos se desvincularon de la sociedad civil.

Las diferencias regionales dentro de un mismo país y los conflictos políticos derivados de ellas, han dificultado igualmente la consolidación de partidos nacionales.

El estilo caudillista y populista, ha significado un obstáculo. Los partidos requieren coherencia, autonomía, despersonalización, unidad y disciplina.

Restricciones

Los partidos políticos latinoamericanos han tenido que desarrollarse en un marco de restricción. El contexto en que se desenvuelven la acción política en América Latina ha cambiado durante los últimos 10 años. Sobre los sistemas políticos se han hecho sentir distintos procesos: algunos de largo aliento, como la urbanización y el mejor nivel educativo; otros más bien coyunturales, como la crisis económica que ha obligado a medidas dolorosas de ajuste estructural.

El avance de las comunicaciones ha tenido un enorme impacto.

La población accede a niveles significativos de información sobre lo que ocurre en el interior de su sociedad y en el resto del mundo.

De esta forma, el espacio público ya no es sólo el espacio de lo común, sino también de lo visible.

Esto puede explicar la alta sensibilidad frente a temas como el de la corrupción.
Las democracias latinoamericanas de las últimas décadas poseen
características políticas que las diferencian de las del pasado.

La ampliación de la ciudadanía ha hecho que, en la mayoría de los países, el porcentaje de personas inscritas en los registros electorales sobrepasa el 50% de la población. Las organizaciones de la sociedad civil ha experimentado un gran desarrollo en el marco de la movilización política contra los autoritarismos precedentes. Esto último ha provocado una creciente toma de conciencia acerca de la dignidad y derechos de las personas. La actuación de movimientos políticos, religiosos y por los derechos humanos, han realizado una intensa labor en esta materia.

Cuando no ha habido continuidad democrática, no debe extrañar la presencia de partidos políticos débiles

A su vez, donde los partidos tuvieron un mayor desarrollo, la democracia fue estable, pero la participación política se redujo a una minoría de la población.
Mientras la sociedad civil se desarrolló y volvió más heterogénea, educada, informada y organizada, los partidos se mantuvieron en muchos países como partidos de notables, propios de formas oligárquicas de acción política. La inadecuación entre estos niveles se ha expresado con dramatismo en varias elecciones de los últimos años en América Latina. Los indicadores de desafección ciudadana por los partidos y la clase dirigente son múltiples: alta abstención electoral, alta volatilidad partidaria, apreciable apoyo a candidatos antipartidistas, ruptura de coaliciones, una actitud pasiva ante intentos frustrados o exitosos de golpes de Estado.

No obstante, la superación definitiva de trágico ciclo de autoritarismo y democracia en el área latinoamericana, presupone la constitución de partidos políticos modernos y representativos, y no su reemplazo por episódicos movimientos sociales o mecanismos de democracia plebiscitaria. Si el objetivo es consolidar la democracia, no se vislumbran alternativas viables a la acción de los partidos políticos. De esta forma la tarea prioritaria en la materia se encuentra más bien vinculada a su reforma y perfeccionamiento, que a su intento de reemplazarlo por otras fuerzas políticas sociales.

Muchos fenómenos de desafección ciudadana parecen estar vinculados más a la crisis terminal de una clase dirigente incapaz de adecuarse a los tiempos, que a una presunta crisis de los partidos en los sistemas políticos. En países con partidos políticos atomizados o inexistentes, la crisis política ha sigo semejante, cuando no peor a la del resto de los países de la región.

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